¿Un mundo sin ejércitos? Empieza mucho antes de lo que crees

¿Un mundo sin ejércitos? Empieza mucho antes de lo que crees
La idea de un mundo sin ejércitos suena, para muchos, a pura fantasía. Una ingenuidad peligrosa. “Está muy bien soñar —dicen—, pero la realidad es otra”. Sin embargo, basta mirar con atención para descubrir algo sorprendente: hay países que ya viven sin ejército. Y no son experimentos futuristas ni tribus perdidas. Son Estados plenamente reconocidos, con bandera, constitución y ciudadanía.
Costa Rica abolió su ejército en 1948 y ha mantenido una democracia estable desde entonces. Islandia no tiene fuerzas armadas permanentes, aunque es miembro de la OTAN. Lo mismo ocurre con San Marino, Palau, Liechtenstein, Andorra, Vaticano, y otros muchos más. En total, más de 20 países han decidido vivir sin una institución militar permanente.
¿Y sabes qué? No han sido invadidos. No viven aterrorizados. No han caído en el caos. Entonces, la pregunta es inevitable:
¿Por qué no lo hacen todos los países?
¿Y qué tendría que pasar para que una nación —o incluso el mundo entero— pudiera vivir sin ejércitos, sin armas, sin guerras?
Para responder a eso, tenemos que ir bajando capas. Como quien pela una cebolla. Como quien busca el origen último de un problema que parece eterno. Aquí va esa cadena, con los pies en la tierra y sin concesiones a la ingenuidad. Porque si queremos cambiar el mundo, primero hay que entender cómo funciona realmente.
1. Un país solo puede vivir sin ejército si no tiene enemigos reales
No basta con querer la paz. Si un país tiene enemigos —es decir, amenazas concretas, disputas fronterizas, recursos codiciados, conflictos internos latentes—, va a sentir que necesita un sistema de defensa. Puede llamarlo “ejército”, “guardia nacional” o como quiera, pero si percibe peligro, va a armarse.
Por eso, los países sin ejército suelen ser pequeños, no estratégicos, sin recursos naturales valiosos, y con una relación diplomática estable con sus vecinos. Nadie tiene interés real en invadirlos, y ellos no amenazan a nadie.
2. No tener enemigos requiere confianza mutua
Para desmilitarizar, los países necesitan confiar en que sus vecinos no aprovecharán su vulnerabilidad. Esa confianza solo existe si hay historia de cooperación, mecanismos diplomáticos eficaces, y transparencia mutua. Si no sabes lo que el otro hará mañana, no te arriesgas.
La confianza es un intangible que se construye con años de respeto mutuo, pactos duraderos y ausencia de traiciones. Suena bonito, pero la historia del mundo está llena de lo contrario.
3. La confianza solo es sostenible si hay un sistema internacional fuerte
Hoy por hoy, la ONU no puede garantizar la seguridad de un país desarmado si una potencia decide atacarlo. Las resoluciones se vetan, los tratados se incumplen, las agresiones se justifican. Si el sistema internacional no puede proteger a los pequeños, ¿quién lo hará?
Muchos países mantienen sus ejércitos por una simple razón: no pueden confiar en que alguien más los defienda si las cosas se ponen feas.
4. Un sistema internacional fuerte solo es posible si las potencias renuncian a su privilegio militar
Y ahí entramos en terreno delicado. Porque las potencias no solo tienen ejército para defenderse: lo tienen para proyectar poder. Para negociar desde la fuerza. Para controlar rutas comerciales, recursos naturales, territorios estratégicos. El ejército es herramienta de dominación, no solo de defensa.
Mientras existan potencias dispuestas a usar la fuerza para proteger sus intereses, el resto del mundo difícilmente se desarmará.
5. Las potencias solo renunciarán a su fuerza militar si no la necesitan para mantener su hegemonía
Es decir, si encuentran otra manera de ejercer liderazgo en el mundo. Un modelo donde su poder no dependa de cuántos portaaviones tienen, sino de su capacidad para inspirar, cooperar, resolver problemas globales, y generar bienestar compartido.
Ese mundo aún no existe. Pero podría existir.
6. Ese mundo alternativo solo es posible si hay una interdependencia real entre países
Una interdependencia donde ningún país pueda dañar a otro sin dañarse a sí mismo. Donde las economías estén tan conectadas, las decisiones tan entrelazadas, los proyectos tan compartidos, que usar la fuerza sea sencillamente impensable.
Eso exige una nueva arquitectura internacional, basada no en bloques enfrentados, sino en redes de cooperación horizontal.
7. La interdependencia solo funciona si hay una conciencia común de especie
Porque si seguimos viéndonos como “países que compiten”, “civilizaciones que chocan”, “culturas que se excluyen”, no hay interdependencia que valga. Hace falta una nueva identidad colectiva, planetaria, que nos haga entender que estamos todos en el mismo barco.
Una conciencia en la que el pasaporte sea secundario, y lo primero sea ser humanos en una Tierra compartida.
8. Esa conciencia global no se decreta: se educa, se comunica, se cultiva
Necesitamos transformar el relato. Dejar de glorificar al soldado como héroe eterno. Empezar a contar otras historias: del que construye, del que escucha, del que sana.
Los medios, las escuelas, las redes sociales, las artes: todo debe girar hacia esa narrativa nueva, que convierta al desarme en un signo de civilización, no de debilidad.
9. Y para cambiar la narrativa, necesitamos una idea poderosa. Una visión contagiosa.
Una semilla. Un símbolo. Una comunidad.
Paso 0: Contar otra historia. Sembrar otra visión.
Aquí es donde nace UtopIA.
No pretendemos abolir los ejércitos mañana. Sabemos que el camino es largo, complejo, lleno de resistencias. Pero todo cambio estructural empieza por una idea que parece imposible… hasta que se vuelve inevitable.
Queremos mostrar que otra seguridad es posible. Que otros países ya lo hacen. Que vivir sin enemigos no es una locura, sino una elección.
Y que para llegar allí, primero hay que imaginarlo, creerlo, construirlo desde abajo.
Desmilitarizar la mente. Ese es el paso cero.
Y si lo damos juntos, quizás no estemos tan lejos del primer mundo verdaderamente en paz.