El poder de las palabras

La noticia:
Donald Trump rebautiza el Departamento de Defensa como Departamento de Guerra.

Trump no disimula. Su estilo es directo, agresivo, sin maquillaje. Al llamar «guerra» a lo que antes se llamaba «defensa», está activando en la mente de los ciudadanos la narrativa de un conflicto permanente.

  • «Department of War» → agresión abierta, inevitabilidad del enfrentamiento.
  • «America First» → prioridad absoluta, incluso si supone desprecio hacia los demás.
  • «Enemy of the People» (sobre la prensa, jueces u opositores) → división tajante: leales vs. enemigos.
  • «Build the Wall» → más que un muro físico, un símbolo emocional de protección frente a la invasión.

El ciudadano estadounidense sabe lo que le están diciendo: hay guerra, hay enemigos, hay que disciplinarse. La manipulación es cruda y evidente, diseñada para provocar miedo, urgencia y orgullo nacional.

En Europa, y especialmente en España, la estrategia es distinta. Aquí se prefiere el eufemismo burocrático, un lenguaje técnico que suaviza la crudeza de las decisiones políticas y económicas.

  • «Ajustes estructurales» → recortes.
  • «Reformas del mercado laboral» → pérdida de derechos y precarización.
  • «Estabilización fiscal» → más impuestos o menos gasto social.
  • «Operación de paz» → intervención militar.
  • «Colaboración público-privada» → privatización de servicios.

El ciudadano español rara vez siente el golpe directo. No se le habla de «guerra», sino de «operaciones internacionales». No se le habla de «recortes», sino de «ajustes». La consecuencia es una resignación silenciosa: la sensación de que no hay alternativa.

En ambos casos el fin es el mismo: condicionar la psicología colectiva para ampliar el margen de maniobra del poder político y militar.

  • En EE. UU. → se moviliza a la población con miedo y orgullo.
  • En España → se anestesia a la población con tecnicismos y eufemismos.

El resultado es parecido: una ciudadanía menos crítica, más manejable, más dispuesta a aceptar lo que viene «porque toca» o «porque hay enemigos afuera».

Lo curioso es que, aunque la estrategia de Trump sea más grosera, la manipulación en España puede ser más profunda, precisamente porque pasa inadvertida. En EE. UU. al menos el debate es abierto: unos lo celebran, otros lo critican, pero todos entienden de qué se está hablando.
En España, en cambio, el cambio de marco mental ocurre sin que muchos se den cuenta. Y eso lo hace aún más eficaz.

Trump no rebautizó el Departamento de Guerra para asustar a China o a Rusia: ellos ya saben de sobra el poder militar de EE. UU. Lo hizo para moldear la mente de sus compatriotas. Y en España, aunque el método sea más elegante, el efecto es el mismo: gobernar sobre un pueblo atrapado entre el miedo y la resignación.

La verdadera guerra —a un lado y otro del Atlántico— no es la de las armas, sino la de las palabras.

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