Llamémosle por su nombre

Hablar de “ciudad humanitaria” para describir lo que Israel quiere levantar en Rafah es como llamar piscina a un pozo vacío: suena amable, pero esconde una trampa enorme. El plan del ministro de Defensa Israel Katz consiste en trasladar primero a unas 600 000 personas y, después, a toda la población gazatí a un recinto vigilado por el ejército en las ruinas de Rafah; allí, cada familia tendría que pasar un filtro de seguridad para entrar y, si algún día quisiera marcharse, la única puerta abierta llevaría fuera de Gaza, no de vuelta a casa.

Por si el nombre ya fuese poco siniestro, un borrador filtrado a Reuters describe ocho “Zonas humanitarias de tránsito” destinadas a “desradicalizar” a los internos antes de recolocarlos en Egipto o Chipre. Cuesta 2 000 millones de dólares y no incluye mandos civiles ni de la ONU; la propia fundación mencionada en el papel se ha apresurado a negar que sea su idea, señal de lo tóxico que resulta.

Pintado con brochazos de “voluntariedad”, el proyecto olvida un detalle: cuando tu barrio está reducido a escombros y un ejército te empuja hacia la única zona “segura”, la decisión no es libre; es coacción. Katz lo dejó claro: la prioridad no es proteger a los gazatíes, sino concentrarlos y, a medio plazo, fomentar que abandonen el territorio para siempre.

Llamemos a esto por su nombre: es un gueto de proporciones históricas, la estación previa a una deportación en masa. No hace falta ser jurista para verlo; basta recordar cómo acaban los “alojamientos temporales” cuando quien manda ansía la tierra despejada y cuenta con la indiferencia internacional. Si este muro se cierra, no habrá excusas posibles: todos sabremos que estuvimos presentes cuando se decidió confinar a un pueblo entero tras alambradas.

Queda una salida: alzar la voz, presionar a nuestros gobiernos para cortar el envío de armas y repetir sin cansancio lo obvio—no se puede disfrazar con la palabra “humanitario” lo que huele a limpieza étnica. Cada día que pase sin protesta hará el encierro más irreversible; después será inútil decir que no lo vimos venir.

Compártelo: