Reflexión sobre ética y obediencia

Hace unos días, viví una experiencia en el bloque de apartamentos donde estoy tratando de disfrutar de unos merecidos días de descanso, que me hizo reflexionar sobre cómo la ley, a veces, puede erosionar la ética personal sin que nos demos cuenta. En este bloque, existe una norma que prohíbe hacer ruido a partir de la medianoche. Hasta ahí, todo correcto; es una regla que fue consensuada por quienes la votaron en su momento. Entre los residentes, hay una familia que suele ser un poco ruidosa, lo cual, en general, se tolera porque son niños y es comprensible. Sin embargo, en una ocasión, el padre estuvo jugando a gritos hasta las 23:58, a pesar de que el silencio había reinado durante horas, indicando que muchos, incluidos niños y quizás alguna persona enferma, ya estarían intentando descansar. Aunque técnicamente cumplían con la norma, éticamente, como adultos, deberían haberse dado cuenta de que llevaban tiempo molestando a los demás.

Cuando las personas se limitan a obedecer la ley sin reflexionar críticamente sobre su propio comportamiento, corren el riesgo de convertirse en agentes pasivos de un sistema que podría no ser éticamente justo. La ley, al ser una construcción humana, no siempre es sinónimo de justicia moral. Un ejemplo histórico, que aunque extremo, todos pueden entender, sería el régimen nazi, donde muchas personas obedecieron leyes que eran claramente inmorales. La abdicación de la responsabilidad moral personal en favor de la obediencia legal, se traduce en que las personas dejan de ejercer su capacidad crítica y ética autónoma, delegando el juicio moral en la ley y las normas establecidas por la autoridad.

La obediencia ciega a la ley puede llevar a un deterioro de la capacidad crítica de los individuos. En lugar de cuestionar si una ley es justa o si una acción es correcta desde un punto de vista ético, las personas simplemente actúan conforme a lo que se les ordena. Esto podría dar lugar a injusticias que se perpetúan precisamente porque nadie se atreve a cuestionarlas o porque se asume que lo legal es automáticamente lo correcto.

En la filosofía de la ética, existe la distinción entre la ética autónoma, que es cuando los individuos siguen principios morales que ellos mismos consideran justos, y la ética heterónoma, que es cuando la moralidad se deriva de fuentes externas, como la ley o la autoridad.

La ética autónoma es crucial porque promueve la idea de que los individuos deben ser capaces de reflexionar por sí mismos sobre lo que es moralmente correcto. Esto implica evaluar las leyes no solo en su capacidad para regular el comportamiento, sino también en su alineación con principios éticos más amplios, como la justicia, la equidad y el respeto por los derechos humanos.

Aunque las leyes son necesarias para la convivencia y la regulación social, es vital que las personas mantengan su capacidad de juicio moral independiente. La ética autónoma debería ser el prisma a través del cual se miran las leyes, permitiendo a los individuos discernir cuándo es necesario obedecer, cuándo es necesario resistir y cuándo es necesario reformar.

La desobediencia civil es un claro ejemplo de ética autónoma en acción. Cuando las personas, movidas por principios éticos, deciden desobedecer una ley que consideran injusta, están ejerciendo su autonomía moral. Esto ha sido fundamental en movimientos sociales históricos, como el de los derechos civiles en Estados Unidos o la lucha por la independencia de la India liderada por Gandhi.

No debemos perder de vista nuestra responsabilidad ética personal, ni delegar completamente el juicio moral en las instituciones, debemos recordar que las leyes, aunque necesarias, no son infalibles ni siempre justas. La ética autónoma nos permite mantener una conciencia crítica y actuar con integridad, incluso cuando la ley nos dice lo contrario.

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